miércoles, 29 de abril de 2009

El cid.

-Rodrigo Díaz de Vivar.

Rodrigo Díaz de Vivar (Vivar del Cid, Burgos, hacia 1043 o 1048-1050Valencia, 1099) fue un hidalgo y guerrero castellano.
Conocido como El Cid Campeador, Mio Cid o El Cid (del
árabe dialectal سيد sīdi, 'señor', y del latín campi doctus, 'instruido en los campos de batalla')[cita requerida], llegó a dominar al frente de su propia mesnada prácticamente todo el oriente de la Península Ibérica a finales del siglo XI, de forma autónoma respecto de la autoridad de rey alguno, aunque con el beneplácito del rey Alfonso VI, de quien Rodrigo siempre se consideró vasallo. Se trata de una figura histórica y legendaria de la Reconquista española, cuya vida es la base del más importante cantar de gesta de la literatura española, el Cantar de mio Cid.
Según el autor musulmán
andalusí Ibn Bassam (1109).
Este hombre, el azote de su tiempo, por su ansia de gloria, por la prudente tenacidad de su carácter, por su heroica valentía, fue uno de los milagros de Dios.

* Biografía.

Nació en fecha desconocida a mediados del siglo XI (entre 1048 y 1050).[2] Su lugar de nacimiento es sólo señalado por el Cantar de mio Cid como Vivar del Cid, a 10 km de Burgos, aunque se carece de otras fuentes documentales que ratifiquen esto. Era hijo de Diego Laínez, infanzón de Vivar, de la nobleza menor,« capitán de frontera» en las luchas entre navarros y castellanos en la línea de Ubierna–Atapuerca, y de Sancha o Teresa Rodríguez, hija de Rodrigo Álvarez de Asturias, de una de las primeras familias del condado de Castilla. Según la Historia Roderici, su abuelo por vía paterna era Laín Núñez, quien aparece como testigo en documentos expedidos por el Rey Fernando I de León y Castilla, a su vez descendiente de Laín Calvo, uno de los míticos Jueces de Castilla. En 1058, siendo muy joven, entró en el servicio de la corte del rey Fernando I, como doncel o paje del príncipe Sancho, formando parte de su séquito.

* Nombramiento como cabellero.


Se dice que fue investido caballero alrededor del año
1060[cita requerida], en la iglesia de Santiago de los Caballeros (Zamora) por el príncipe Sancho, aunque en opinión del citado Martínez Diez en su exhaustiva biografía cidiana, la corte de Sancho se encontraría en Burgos, como capital del futuro reino de Castilla que heredaría de su padre. Si damos crédito a las posibles fechas de nacimiento del Cid que Martínez baraja, la fecha de 1060 parece de todo punto improbable como la de su ordenación como caballero. En realidad, uno de los indicios más valiosos para aventurar la fecha de nacimiento de Rodrigo, es la alusión en el Carmen Campidoctoris a la participación del Cid en la batalla de Graus (1064), al servicio del infante Sancho, a la sazón aliado del rey taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, sin que en ningún momento se diga que esta participación fuese en calidad de caballero, y si aceptamos que la coronación de Sancho como rey de Castilla no tuvo lugar hasta 1065, la fecha de 1060 parece aún más improbable. Según Fray Prudencio de Sandoval, fue investido caballero por el rey Fernando I de León y Castilla, en la mezquita mayor de Coímbra, en el año 1064, inmediatamente después de la conquista de la ciudad.[4]
Teniendo en cuenta todo lo anterior, y que la dignidad de caballero no solía ser alcanzada antes de la edad de 15 años, Martínez señala al año 1067 como el más probable para la investidura de caballero, coincidiendo con la Guerra de los tres Sanchos y el primer combate singular del Cid contra Jimeno Garcés.

* Defendiendo a castilla para Nacho ll.

Hasta la muerte de Sancho en 1072 el Cid gozó del favor del rey, quien le puso al frente de su mesnada y le encomendó la custodia de su enseña, en calidad de alférez tras la Batalla de Llantada.
El
Carmen Campidoctoris señala precisamente a la campaña de la Guerra de los Tres Sanchos y a la victoria de Rodrigo en combate singular sobre el caballero navarro Jimeno Garcés, como el origen del sobrenombre "Campeador" (campidoctoris, o maestre de campo).
Como jefe de las tropas reales, acompañó a Sancho en la guerra que éste mantuvo con su hermano
Alfonso VI, rey de León y con su hermano García, rey de Galicia, con el objeto de reunificar el reino dividido tras la muerte del padre. Desempeñó un papel notable, sobre todo en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072). Tras esta última, Alfonso VI fue capturado y Sancho II se adueñó de León y, a continuación, de Galicia.
Parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en
Zamora, bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Sancho II, con la ayuda de Díaz de Vivar, sitió la ciudad, pero murió asesinado por el noble zamorano Bellido Dolfos.

* Reinado de Alfonso Vl.


Alfonso VI recuperó el trono de León y sucedió a su hermano en el de Castilla, anexionándolo junto a Galicia, recuperando la unión del reino legionense que había desgajado su padre Fernando en su muerte. Pese a lo mostrado en el Cantar de Mio Cid, la famosa Jura de Santa Gadea por parte del Cid a Alfonso nunca se produjo.
Las relaciones entre Alfonso y Díaz de Vivar fueron buenas en principio; aunque el nuevo rey le sustituyó en el cargo de alférez real por García Ordóñez, conde de Nájera, lo nombró juez o procurador en varios pleitos y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz (julio de 1074), noble asturiana, bisnieta de Alfonso V, con quien tuvo tres hijos: Diego, María (casada en segundas nupcias con el Conde de Barcelona) y Cristina (casada en segundas nupcias con el infante Ramiro de Navarra). Sin embargo el Cid siempre tuvo recelo de que Alfonso estuviera involucrado en el asesinato de Sancho [cita requerida], algo que irritaba a Alfonso.
En
1079 fue comisionado por el rey para cobrar las parias (tributos) al rey de Sevilla. Durante esa misión, ganó la batalla de Cabra contra las tropas del rey moro de Granada, a las que acompañaban las de García Ordóñez, en misión similar a la de Díaz de Vivar.
El ataque sufrido por Díaz de Vivar, sin embargo, tuvo una relevancia especial, por cuanto, al parecer, habría sido parte de una maniobra del propio
Alfonso VI con el objeto de desequilibrar las fuerzas de los reinos de Taifas en su beneficio. Sin saberlo, la misión de Díaz de Vivar fue en contra de los planes de su rey. Por lo demás, su victoria frente a un noble de buena posición en la corte, García Ordóñez, complicó su situación.
A todo esto se sumó, finalmente, un exceso (aunque no excepcional en la época) de Díaz de Vivar tras repeler una incursión de moros toledanos en
1080: adentrándose, a su vez, en el reino de Taifa toledano, saqueó su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.


*Primer destierro: al servicio de la Taifa de Zaragoza.


A finales de 1080 o principios de 1081, Díaz de Vivar partió al destierro e, inmediatamente, buscó un patrono al otro lado de la frontera. Junto con sus vasallos o «mesnada», entró al servicio desde 1081 hasta 1085 del rey de Zaragoza, al-Mutamín, que encomendó al Cid en 1082 una ofensiva contra su hermano, el gobernador de Lérida, Mundir, el cual, aliado con el conde Berenguer Ramón II de Barcelona y el rey de Aragón, Sancho Ramírez, no quería acatar el poder de Zaragoza a la muerte del padre de los dos, Al-Muqtadir, iniciándose por ello las hostilidades.
La mesnada del Cid reforzó las plazas fuertes de
Monzón y Tamarite y derrotó a la coalición, ya con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II. El apoteósico recibimiento de los musulmanes de Zaragoza al Cid al grito de «sīdī» ('mi señor' en árabe) pudo originar el apelativo romanceado de «mio

Çid». El otro apelativo que le brindaron los musulmanes fue «el milagro de su Dios».[6]
En 1084 el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella. Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras y recurrió de nuevo a Sancho Ramírez, que le atacó el 14 de agosto de 1084. De nuevo el castellano se alzó con la victoria, reteniendo a dieciséis nobles aragoneses, que al fin liberó tras cobrar su rescate.

* Reconciliación con el rey.


La invasión almorávide y la derrota en 1086 de Alfonso VI en la batalla de Sagrajas, fomentaron el acercamiento entre rey y vasallo, a quien se le encargó la defensa de la zona levantina y le concedió varios dominios en tenencia: Dueñas, San Esteban de Gormaz, Langa de Duero y Briviesca.

* Segundo destierro: intervención de levante

En 1089 se produjo una nueva disensión con el rey, al llegar tarde las tropas de Díaz de Vivar al sitio de Aledo, lo que le provocó un segundo destierro y ser despojado de las concesiones anteriores e incluso de sus propias heredades. Junto con su mujer Jimena y sus soldados más leales marchó en busca de gloria.
A partir de este momento, planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey. En
1090 saqueó la taifa de Denia y después se acercó a Murviedro (hoy Sagunto), provocando el miedo de Al-Qádir en Valencia, que pasó a pagarle tributos. El rey de Lérida, por su parte, pidió ayuda frente a Díaz de Vivar al conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, al que derrota en Tévar en 1090. Como consecuencia de estas victorias, se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península.
Salió victorioso, por la descoordinación de sus enemigos, de una alianza entre castellanos y aragoneses con el fin de apoderarse de
Valencia en 1092 y aminorar así su poder. Como represalia, lanzó un ataque sobre La Rioja que obligó a Alfonso VI a volver a su reino. Por lo demás, a estas alturas todo Levante, excepto Zaragoza, pagaba sus parias a Díaz de Vivar.

*Conquista de Valencia.

En otoño de 1092 se vio obligado a pensar en el asalto a Valencia, perdida tras la muerte de su protegido por querellas internas entre los moros; puso sitio a la ciudad y, finalmente, entró en ella el 15 de junio de 1094. A partir de ese momento, adoptó el título de príncipe Rodrigo el Campeador, y podría ser este otro (anteriormente fue general en jefe del ejército de la Taifa de Zaragoza, y sus guerreros pudieron muy bien aplicarle el apelativo de meu sidi), el momento cuando se le aplicó el título de Mio Cid, pues fue efectivamente señor de muchas fortalezas de alcaides musulmanes en tierras de Levante.
Establecido ya en Valencia, se alió con
Pedro I de Aragón y con Ramón Berenguer III con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron con matrimonios. Una hija suya, María, casó con Ramón Berenguer III, y su otra hija, Cristina, con el infante Ramiro Sánchez de Navarra.
A comienzos del año
1097, los almorávides atacaron el territorio valenciano. Pedro I de Aragón acudió en auxilio del Cid y, juntos, vencieron a los musulmanes. Ese mismo año, Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI contra los almorávides; las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas y Diego perdió la vida en la Batalla de Consuegra.

* Fallecimiento.

Su fallecimiento se produjo en Valencia entre mayo y julio de 1099 (según G. Martínez Díez, el 10 de julio) debido a unas fiebres. Regaló su espada Tizona a su sobrino Pedro, junto con quien tantas veces había luchado. Doña Jimena consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III durante un tiempo, pero en mayo de 1102, debido a una situación insostenible, con ayuda de Alfonso VI, la familia y gente del Cid abandonó Valencia.
Sus restos fueron inhumados en el monasterio burgalés de
San Pedro de Cardeña. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba. Los restos fueron recuperados y, en 1842, trasladados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposan junto con los de su esposa Doña Jimena en un emplazamiento privilegiado de la Catedral de Burgos.

* El Cid en la literatura.


Disponemos de una crónica en latín, la Historia Roderici, que es la fuente más fiel de la vida del Cid, y fue escrita en la segunda mitad del siglo XII. Junto a los testimonios de historiadores árabes, que tenían un concepto de la historiografía más científico, es la principal fuente de nuestros conocimientos sobre el Cid histórico.
En cuanto a literatura, Rodrigo Díaz de Vivar fue ya en vida objeto de obras literarias que ensalzaban su figura. Sus hazañas causaron admiración en sus contemporáneos cultos y eruditos, como lo demuestra el
Carmen Campidoctoris, himno latino escrito en poco más de un centenar de versos sáficos en la segunda mitad del siglo XII que cantan al Campeador como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos.
Por esta misma época, iban tomando forma en las voces del pueblo los
cantares de gesta, del que se conserva el Cantar de mio Cid escrito entre 1195 y 1207 por un autor culto, letrado de la zona de Burgos y con conocimientos de derecho, referido a los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, luchas con el conde de Barcelona, conquista de Valencia), convenientemente recreados.
Entre los testimonios legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid en torno al monasterio de
san Pedro de Cardeña está el utilizar a dos espadas con nombres propios, la llamada Colada y la Tizona, que según la leyenda era perteneciente a un rey de Marruecos y hecha en Córdoba. Ya desde el Cantar de mio Cid (solo cien años desde su muerte) figuran en la tradición los nombres de sus espadas y de su caballo, Babieca.
A partir del siglo XIV se va perpetuando una leyenda del Cid en las crónicas y sobre todo en los romances cidianos del
romancero. Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata como en su juventud se lanza a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas. Las nuevas composiciones le dibujaban un carácter altivo muy del gusto de la época pero contradictorio con el estilo mesurado y prudente del Cantar de mio Cid. Su juventud y sus amores con Jimena fueron también objeto de tratamiento por parte del romancero.
En el siglo XVI, además de continuar con la tradición poética de elaborar romances artísticos, le fueron dedicadas varias obras teatrales de gran éxito, generalmente inspiradas en el propio romancero. En 1579
Juan de la Cueva escribió la comedia La muerte del rey don Sancho, basada en la gesta del cerco de Zamora. Iguamente hizo Lope de Vega en Las almenas de Toro y la más importante expresión teatral basada en el Cid: Las mocedades del Cid y Las hazañas del Cid (1618), de Guillén de Castro. Corneille se basó en la obra de Guillén de Castro para componer Le Cid (1636), una obra clásica del teatro francés. Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid siguiendo siempre el romancero: por ejemplo, La jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch y La leyenda del Cid, de Zorrilla. Además el novelista por entregas Manuel Fernández y González escribió una novela basada en sus aventuras y sus leyendas llamada El Cid, y Ramón Ortega y Frías escribió una novela por entregas con el mismo tema en la misma época.
Eduardo Marquina estrena en 1908 Las hijas del Cid. Fuera del teatro y ya en el siglo XX, cabe destacar las versiones poéticas modernas del Cantar de mio Cid que realizaron Pedro Salinas, en verso, y Camilo José Cela. Las ediciones críticas más recientes del Cantar, han devuelto la frescura y belleza a estos viejos versos; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos que fue editada en 2000 para la colección «Biblioteca Clásica» de la editorial Crítica.
Fuera de revisiones poéticas, existe una de las magnas obras del poeta y mago chileno
Vicente Huidobro, que en 1929 publica La hazaña del Mío Cid, que como el mismo se encarga de señalar, es una «novela escrita por un poeta», lectura obligada para los devotos del Campidoctor.
A mediados del siglo XX, el actor
Luis Escobar hizo una adaptación de Las mocedades del Cid para el teatro, titulada El amor es un potro desbocado; en los ochenta José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe, y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje titulada El Cid. En 2007 Agustín Sánchez Aguilar publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.







*Recorridos del Cid

miércoles, 15 de abril de 2009

Cantar de mio cid.

El Cantar de mio Cid es un cantar de gesta anónimo que relata hazañas heroicas inspiradas libremente en los últimos años de la vida del caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar. Se trata de la primera obra narrativa extensa de la literatura española en una lengua romance.
El poema consta de 3.735 versos anisosilábicos de extensión variable, aunque dominan versos de 14 a 16 sílabas métricas. Los versos del Cantar de mio Cid están divididos en dos hemistiquios separados por cesura. La longitud de cada hemistiquio es de 4 a 13 sílabas, y se considera unidad mínima de la prosodia del Cantar. No hay división en estrofas, y los versos se agrupan en tiradas, es decir series de versos con una misma rima asonante.
Está escrito en castellano medieval y compuesto alrededor del año 1200 (fechas post quem y ante quem: 1195–1207). Se desconoce el título original, aunque probablemente se llamaría gesta o cantar, términos con los que el autor describe su obra en los versos 1.085 y 2.276, respectivamente.

El Cantar de mio Cid es el único conservado casi completo de su género en la literatura española y alcanza un gran valor literario por la maestría de su estilo. Los cuatro textos épicos conservados, además del que nos ocupa, son las Mocedades de Rodrigo —circa 1360—, con 1700 versos, Cantar de Roncesvalles —ca. 1270— (fragmento de unos 100 versos) y una corta inscripción de un templo románico, conocida como Epitafio épico del Cid —¿ca. 1400?—). Del texto que aquí nos ocupa solo se ha perdido la primera hoja del original y otras dos en el interior del códice, pero su contenido puede ser deducido de las prosificaciones cronísticas, en especial de la Crónica de veinte reyes.

*Datación

Solamente se conserva en una copia realizada en el siglo XIV (como se deduce de la letra del manuscrito) a partir de otra que data de 1207 y fue llevada a cabo por un copista llamado Per Abbat, que transcribe un texto compuesto probablemente pocos años antes de esta fecha.
La fecha de la copia efectuada por Per Abbat en 1207 se deduce de la que refleja el explicit del manuscrito: «MCC XLV» (de la era hispánica, esto es, para la datación actual, hay que restarle 38 años).

El poema se inicia con el destierro del Cid, primer motivo de deshonra, tras haber sido acusado de robo. Este deshonor supone también el ser desposeído de sus heredades o posesiones en Vivar y privado de la patria potestad de su familia.
Tras la conquista de Valencia, gracias al solo valor de su brazo, su astucia y prudencia consiguen el perdón real y con ello una nueva heredad, el señorío sobre Valencia, que se une a su antiguo solar ya restituido. Para ratificar su nuevo estatus de señor de vasallos, se conciertan bodas con linajes del mayor prestigio cuales son los infantes de Carrión.
Pero paradójicamente, con ello se produce la nueva caída de la honra del Cid, debido al ultraje de los infantes a las hijas del Cid, que son vejadas, fustigadas, malheridas y abandonadas en el robledal de Corpes.

Este hecho supone según el derecho medieval el repudio de facto de estas por parte de los de Carrión. Por ello el Cid decide alegar la nulidad de estos matrimonios en un juicio presidido por el rey, donde además los infantes de Carrión queden infamados públicamente y apartados de los privilegios que antes detentaban como miembros del séquito real. Por el contrario, las hijas del Cid conciertan matrimonios con reyes de España, llegando al máximo ascenso social posible.
Así, la estructura interna está determinada por unas curvas de obtención–pérdida–restauración–pérdida–restauración de la honra del héroe. En un primer momento, que el texto no refleja, el Cid es un buen caballero vasallo de su rey, honrado y con heredades en Vivar. El destierro con que se inicia el poema es la pérdida, y la primera restauración, el perdón real y las bodas de las hijas del Cid con grandes nobles. La segunda curva se iniciaría con la pérdida de la honra de sus hijas y terminaría con la reparación mediante el juicio y las bodas con reyes de España. Pero la curva segunda supera en amplitud y alcanza mayor altura que la primera.

*Estructura externa

Los editores del texto, desde la edición de Menéndez Pidal de 1913, lo han dividido en tres cantares. Podría reflejar las tres sesiones en que el autor considera conveniente que el juglar recite la gesta. Parece confirmarlo así el texto al separar una parte de otra con las palabras: «aquís conpieça la gesta de mio Çid el de Bivar» (v. 1.085), y otra más adelante cuando dice: «Las coplas deste cantar aquís van acabando» (v. 2.776).

*Características y temas

El Cantar de Mio Cid se diferencia de la épica francesa en la ausencia de elementos sobrenaturales, la mesura con la que se conduce su héroe y la relativa verosimilitud de sus hazañas.

Además está muy presente la condición de ascenso social mediante las armas que se producía en las tierras fronterizas con los dominios musulmanes (lo cual supone un argumento decisivo de que no pudo componerse en 1140, pues en esa época no se daba ese «espíritu de frontera» y el consiguiente ascenso social de los caballeros infanzones de frontera).
El propio Cid, siendo solo un infanzón (esto es, un hidalgo de la categoría social menos elevada, comparada con condes, potestades y ricos hombres, rango al que pertenecen los infantes de Carrión) logra sobreponerse a su humilde condición social dentro de la nobleza, alcanzando por su esfuerzo prestigio y riquezas (honra) y finalmente un señorío hereditario (Valencia) y no en tenencia como vasallo real. Por tanto se puede decir que el verdadero tema es el ascenso de la honra del héroe, que al final es señor de vasallos y crea su propia Casa o linaje con solar en Valencia, comparable a los condes y ricos hombres.

Más aún, el enlace de sus hijas con príncipes del reino de Navarra y del reino de Aragón, indica que su dignidad es casi real, pues el señorío de Valencia surge como una novedad en el panorama del siglo XIII y podría equipararse a los reinos cristianos, aunque, eso sí, el Cid del poema nunca deja de reconocerse él mismo como vasallo del monarca castellano, si bien latía el título de Emperador, tanto para los dos Alfonsos implicados como para lo que fue su origen en los reyes leoneses, investidos de la dignidad imperial.

De cualquier modo, el linaje del Cid emparenta con el de los reyes cristianos y, como dice el poema: «hoy los reyes de España sus parientes son, / a todos alcanza honra por el que en buen hora nació». (vv. 3.724–3.725, cfr. ed. de Alberto Montaner), de modo que no sólo su casa emparenta con reyes, sino que estos se ven más honrados y gozan de mayor prestigio por ser descendientes del mismísimo Cid.

*Aspectos métricos

Cada verso está dividido en dos hemistiquios por una cesura. Esta forma, también típica de la épica francesa, refleja un recurso útil a la recitación o canto del poema. Sin embargo, mientras en los poemas franceses cada verso tiene una métrica regular de diez sílabas divididas en dos hemistiquios por una fuerte cesura, en el Cantar de mio Cid tanto el número de sílabas en cada verso como el de sílabas en cada hemistiquio varía considerablemente. A este rasgo se le denomina anisosilabismo.

Aun cuando se encuentran versos de entre diez y veinte sílabas y hemistiquios de entre cuatro y catorce, más del 60% de los versos oscila entre 14 y 16 sílabas.
En principio, todos los versos riman en asonante, pero las asonancias no son tampoco totalmente regulares ni muy variadas (se usan once tipos de asonancia).
Los versos se agrupan en tiradas de extensión variable. Su longitud varía entre 3 y 90 versos, cada una de las cuales tiene la misma rima y constituye una unidad de contenido.

*El manuscrito

Existe un ejemplar único que actualmente se encuentra en la Biblioteca Nacional en Madrid.

Existe un ejemplar único que actualmente se encuentra en la Biblioteca Nacional en Madrid que se puede consultar en la biblioteca digital cervantesvirtual.com.
En el siglo XVI se guardaba en el Archivo del Concejo de Vivar. Después se sabe que estuvo en un convento de monjas del mismo pueblo. Ruiz de Ulibarri realizó una copia manuscrita en 1596. Don Eugenio Llaguno y Amírola, secretario del Consejo de Estado, lo sacó de allí en 1779 para que lo publicase Tomás Antonio Sánchez. Cuando se terminó la edición, el señor Llaguno lo retuvo en su poder. Más tarde pasó a sus herederos. Pasó después a Pascual de Gayangos y durante ese tiempo, hacia 1858, lo vio y consultó Damas-Hinard. A continuación fue enviado a Boston para que lo viera Ticknor. En 1863 ya lo poseía el primer marqués de Pidal (por compra) y estando en su poder lo estudió Florencio Janer. Finalmente, y antes de su custodia en la Biblioteca Nacional de Madrid, (fue comprado el 20 de diciembre de 1960) lo heredó Alejandro Pidal y en su casa lo estudiaron Vollmöller, Baist, Huntington y Ramón Menéndez Pidal.
Se trata de un tomo de 74 hojas de pergamino grueso, al que le faltan tres, una al inicio y dos entre las hojas 47, 48 y 69, 70. Otras 2 hojas le sirven de guardas. En muchas de sus hojas hay manchas de color pardo oscuro, debidas a los reactivos utilizados ya desde el siglo XVI para leer lo que, en principio, había empalidecido y, después, se hallaba oculto a causa del ennegrecimiento producido por los productos químicos previamente empleados. De todos modos, el número de pasajes absolutamente ilegibles no es demasiado alto y en tales casos, además de la edición paleográfica de Menéndez Pidal, existe como instrumento de control la copia de Ulibarri del siglo XVI y otras ediciones anteriores a la de Pidal.
La encuadernación del tomo es del siglo XV. Está hecha en tabla forrada de badana y con orlas estampadas. Quedan restos de dos manecillas de cierre. Las hojas están repartidas en 11 cuadernos; al primero le falta la primera hoja; al séptimo le falta otra, lo mismo que al décimo. El último encuadernador hizo algunas averías importantes en el tomo.
La letra del manuscrito es clara y cada verso empieza con mayúscula. De vez en cuando hay letra capital. Los últimos estudios aseguran que la letra pertenece a mediados del siglo XIV, basándose, entre otras cosas, en que dicha letra se atestigua en los privilegios de Alfonso XI (1312-1350).
Las letras mayúsculas tienen en su interior dos rasgos paralelos, detalle que era común a finales del XIII y todo el siglo XIV. Otros detalles que tienen en cuenta los investigadores para situar el manuscrito en el siglo XIV son: que el amanuense emplea mucho la y (en palabras como myo, rey, yr), inusual en documentos de la primera mitad del siglo XIII y muy común en el XIV y XV y que utiliza la v como inicial de palabra en lugar de la u (en palabras como valer, vno) y por último el uso de Gonçalo, Gonçalez en lugar de Gonçalvo, Gonçalvez.
El manuscrito es un texto seguido sin separación en cantares, ni espacio entre los versos, los cuales se inician siempre con letra mayúscula.

*El autor. La fecha de composición del Cantar de mio Cid

En virtud del análisis de numerosos aspectos del texto conservado se demuestra que pertenece a un autor culto, con conocimientos precisos del derecho vigente a fines del siglo XII y principios del XIII, y que conocía la zona aledaña a Burgos.
La lengua utilizada es la de un autor culto, un letrado que debió trabajar para alguna cancillería o al menos como notario de algún noble o monasterio, puesto que conoce el lenguaje jurídico y administrativo con precisión técnica, y que domina varios registros, entre ellos, claro está, el estilo propio de los cantares de gesta medievales, que necesitaban ciertos estilemas exclusivos, como el epíteto épico o el lenguaje formular.
La sociedad reflejada en el Cantar testimonia la vigencia del «espíritu de frontera», que solo se dio en la extremadura aragonesa y castellana a fines del siglo XII, pues las necesidades guerreras en las fronteras permitió a los infanzones las condiciones de rápido ascenso social y relativa independencia que tenían los hidalgos de frontera que vemos en el Cantar y que se dieron históricamente a partir de la conquista de Teruel. Así también es histórico el estatus de «moros en paz» del Cid, es decir, los primeros mudéjares, necesarios en territorios con poca población cristiana, como la extremadura soriana y turolense.
La sigilografía nos dice que el sello real (la «carta ... fuertemientre sellada» de los vv. 42–43) solo está documentado bajo el reinado de Alfonso VIII de Castilla a partir de 1175.
El derecho nos muestra que la descripción técnica detallada de las cortes o vistas remiten al «riepto» o juicio con combate singular, institución influida por el derecho romano, y sólo introducida en España a fines del siglo XII. Asimismo, la presencia de la legislación de la extremadura aragonesa y castellana (los fueros de Teruel y Cuenca datan de fines del XII y principios del XIII respectivamente) nos llevan como muy pronto a 1170.
La geografía nos da otro dato: el hecho de que Medinaceli aparezca como plaza definitivamente castellana, y no como ciudad fronteriza en litigio entre varios reinos fronterizos, solo puede remitir a la segunda mitad del siglo XII. Por ejemplo, en 1140 era aragonesa.
En la Edad Media «escribir» significaba solo «ser el copista», para lo que hoy conocemos como autor habría de decir «compuso» o «fizo». Esto invalida la teoría de Colin Smith de que el autor fue Per Abbat, aunque, como es lógico, supone que la fecha de composición no pudo ser posterior a 1207, sin embargo, es muy poco posterior a la redacción original.

miércoles, 1 de abril de 2009

Ceuta y melilla

*Recinto amurallado de ciudad vieja



* Parque marítimo

miércoles, 18 de marzo de 2009

Canarias

- Parques nacionales
*Carnavales de tenerife

*Vegueta


*Valle de la Orotava


* La laguna



* Teide (Tenerife)


* La caladera de Taburriante (La palma)



* Garajonay (La Gomera)



* Timanfaya (Lanzarore)